El Principito o mejor dicho, Le Petit Prince del autor Antoine de Saint-Exupéry, era
una deuda para mi, nunca lo había leído y, ahora de grande, tenía esa
sensación de que tenía que leerlo... por se un clásico tal vez, por
curiosidad, no lo se muy bien. Finalmente el Martes 13 de Noviembre, el y
yo nos cruzamos...
Martes
13, 20 hrs, en la Opera, nos juntamos el grupo becero de Buenos Aires
en común acuerdo, para intercambiar libros, opiniones y anécdotas entre
otras cosas, y el último libro que pasó por mis manos fue "El
Principito", y me lo traje, lo leí y lo encontré maravilloso. Por eso se
los recomiendo si nunca lo leyeron y volver a leerlo si así lo han
hecho con anterioridad.
Me
sorprendió la habilidad del autor para hablar de lo más simple, de los
lazos que formamos, de como un niño no le tiene miedo ni a la muerte, o
como de adultos ese miedo crece con nosotros y lo cuenta de una forma
tan sencilla, que podríamos confundirlo como un cuento para niños,
cuando en realidad es un mensaje para nosotros, los adultos, que le
damos tanta importancia a las cifras, a los números.
Entonces, como una lectora que le
encanta contagiar la lectura, les recomiendo leer y/o re-leer este
cuento maravilloso, y si se quedan con ganas de más, pueden buscar el
libro de "El regreso del joven Principe" que ha escrito un empresario, aca les dejo la nota con la que me crucé investigando este libro.
Slds, Ladydors
Fuente de la nota que está a continuación:
http://www.selecciones.es/el_regreso_de_el_principito
El regreso de El Principito
Este empresario de 50 años, de más de 1,80 metros de estatura, y de
una amplia sonrisa que deja ver sus blancos dientes, no suele ir a las
librerías ni a las bibliotecas —sólo lee los libros que le mandan por
cortesía—, es licenciado en Administración de Empresas, se mueve en
coches deportivos a más de 200 kilómetros por hora, es fanático del
golf, del esquí y de otros deportes de riesgo, y de vez en cuando vuela
en helicóptero, entre otras actividades. Pero eso no es todo. Su
actividad laboral refuerza aún más la distancia que existe entre él y un
tradicional narrador: es uno de los dueños del laboratorio Roemmers.
Aun
así, este hombre ha logrado algo que muchos escritores —y no
escritores, por cierto— desean durante toda su vida: escribir una obra
sobre un personaje que fue, es y será trascendental para millones de
personas en el mundo. Es que con el libro El regreso del joven príncipe,
Roemmers hace revivir a El Principito en una nueva historia que trata
del encuentro de un hombre solo que recorre las rutas patagónicas y se
encuentra en el camino a un adolescente desvalido, casi muerto de
hambre, que resulta ser el Principito, de vuelta en la Tierra. El joven
sube al coche y, durante el viaje, ambos entablan un diálogo sencillo
pero profundo que trata de desnudar los grandes interrogantes de la
existencia.
Es cierto que muchos autores han escrito sobre
personajes de la literatura universal; lo sorprendente es que el libro
de Roemmers tiene la “bendición” de la Fundación Saint-Exupéry, dueña de
los derechos de reproducción de El Principito.
Nunca antes los
herederos del escritor y aviador francés habían realizado una movida de
este estilo. De hecho, como norma general, la fundación no aprueba
ningún tipo de texto que trate de El Principito. Y sin embargo, en esta
caso sí lo hizo, e incluso Frédéric D’Agay, sobrino nieto de
Saint-Exupéry y presidente de la fundación, prologó la obra del autor
argentino.
“Este Principito no es más que el mismo Saint-Exupéry.
Es su alma de niño que creció sin volverse jamás realmente adulta,
viviendo en el cielo y las estrellas en busca de la tierra de los
hombres, responsables y únicos. Al partir, nos legó un tesoro y nos
pidió con vehemencia en la última frase del libro: ‘No me dejéis tan
triste. Escribidme enseguida, decidme que el Principito ha vuelto...’”,
cuenta D’Agay en un capítulo del prefacio. Sesenta y cinco años después,
Roemmers ha cumplido el deseo al aviador francés.
P: ¿Por qué decidió escribir una nueva historia del Principito?
R:
Yo quería hacerle un homenaje a su autor, Antonie de Saint-Exupéry, y
qué mejor que cumplir con un deseo suyo. Desde que leí El Principito,
cuando tenía unos diez años, me sentí muy identificado con sus valores y
me impactó como ningún otro libro lo había hecho hasta ese momento.
Estaba conmocionado, pero a la vez un poco triste. El tema de su partida
—al final de la historia— me dio mucha pena, me dejó un sabor amargo.
Quería que la historia continuara. Recuerdo que en aquel entonces sentí
que tenía que lograr la vuelta del Principito de alguna forma para darle
un final feliz a la historia: incluso pensé en escribirle a
Saint-Exupéry para pedirle que lo hiciera, pero luego no hice nada.
Quedó todo en la intención. Unos años después, siendo adolescente, volví
a leer el libro y volvió esa misma sensación de tristeza.
P:
En la presentación de la novela, usted comentó que en su adolescencia y
juventud se había dado cuenta de que no estaba viviendo la vida tal
como quería vivirla. ¿Qué era lo que le pasaba?
R:
Más o menos a los 18 años, me di cuenta de que realmente no estaba
disfrutando de la vida. No solo porque no hacía las cosas que yo quería
sino porque era una persona muy racional (con el tiempo observé que para
ser feliz hay que lograr un equilibrio entre la emoción, el sentimiento
y la razón). Me faltaba vivir con más sentimiento. Buscaba el sentido
de mi vida como un objetivo, como un lugar adonde ir, pero en realidad
la felicidad se encontraba en vivir cada momento, en disfrutar el camino
hacia la meta. Por otro lado, me afectó el desa-rraigo que sufrí en mi
juventud. Yo siempre tuve muchos amigos y he adjudicado un gran valor a
la amistad. Pero cuando terminé primaria me cambiaron de colegio: tuve
que volver a integrarme a un nuevo grupo en secundaria; a los tres años,
me fui a vivir a España, y de nuevo lo mismo. Al poco tiempo de
comenzar la universidad, donde ya tenía un grupo, volví a Argentina. Con
esa vida nómada era complicado mantener un núcleo de amigos y siempre
tenía que integrarme. Así se me hacía difícil vivir la vida que quería.
Por último, cuando estaba en España, solía montar en moto por las
montañas y sin darme cuenta estaba meditando, no pensaba en nada, solo
miraba las montañas en silencio durante varias horas. Me hacía bien.
Cuando volví a Buenos Aires dejé de hacerlo y, sin notarlo, dejé de
meditar. Eso me hacía sentir melancólico, triste, pero por suerte lo
superé poco a poco yendo al campo, en Córdoba.
P: ¿Allí fue donde escribió El regreso del joven príncipe?
R:
Sí. Recuerdo que fue en julio de 1999. Lo escribí de un tirón en solo
nueve días. Cogí un estuche, un bloc de hojas y me fui para Córdoba.
Solo paraba para comer y dar alguna que otra vuelta por el campo.
P: ¿No es muy poco tiempo?
R:
Puede ser. Pero me salió así. En esa etapa —ya tenía unos 40 años— me
sentía pleno. Me acuerdo que a los 18 comencé a leer libros de
superación personal, de Filosofía, para tratar de estar mejor, para
entender por qué a veces no me sentía bien. Y me llevó más de diez años
superar esa tristeza, aunque también me di cuenta de que no es tan fácil
lograr y mantener esa plenitud. Por eso quise publicar el libro.
P: ¿Pensó en este relato como una continuación de El Principito?
R:
No. Siempre lo pensé como un homenaje al Principito y a su autor. Creo
que es un complemento espiritual que prolonga, amplifica y le da
actualidad al mismo mensaje, con un lenguaje universal, tal como el que
utiliza la obra original de Saint-Exupéry. Diría que es una segunda
etapa, más que una continuación.
P: ¿Y qué mensaje quiere transmitir?
R:
Siempre he tratado de vivir acorde con los valores que se sostienen en
El Principito, aunque no ha sido fácil, y en esa novela tampoco hay
pautas de cómo vivirlos. El protagonista dice lo que es bueno, aquello
malo en lo que uno no debe caer, pero creo que faltan más indicios. Este
libro quizás es la guía que yo hubiera necesitado leer en mi
adolescencia.
P: Recuperó a El Principito en 1999, pero recientemente se ha editado de forma masiva.
R:
Cuando escribí el libro no hubo interés por parte de la Fundación
Saint-Exupéry en darle su aprobación. Ellos tienen como norma no aceptar
ninguna continuación de la historia original. En aquel momento, me dio
lástima ya que el libro transmitía buenos valores. De todas maneras,
edité unos 6.000 ejemplares y se los regalé a mis amigos y a varias
escuelas. Me animó un poco la opinión de todos cuando me comentaron que
el texto les servía.
P: Lo habrá desilusionado la respuesta de la fundación...
R:
Mirando la situación en retrospectiva, que es cuando muchas cosas toman
sentido, lo entiendo. Incluso, en aquel momento no tenía el tiempo
necesario para dedicarle al libro. Todo se da cuando se tiene que dar y
en la forma en que se tiene que dar. Lo difícil es saber darse cuenta:
hay que elegir cuándo luchar para cambiar las circunstancias y cuándo
hay que aceptarlas y esperar un nuevo momento. Es una intuición. Y eso
pasa todo el tiempo, tanto con las situaciones cotidianas como con las
importantes. La vida te da señales y hay que estar atento a ellas.
P: ¿Qué cambió para obtener la aceptación de la Fundación Saint-Exupéry?
R:
Hace un tiempo, se realizó una muestra de los viajes que Saint-Exupéry
hizo por la Patagonia cuando trabajaba para Aeroposta Argentina. A fin
de organizarla, Frédéric D’Agay visitó varias veces el país para
recopilar información —también para escribir un libro al respecto— y
pudo observar que incluso muchos habitantes de los pueblos donde el
escritor paraba creían que él era argentino. A través de esas visitas,
D’Agay escuchó anécdotas, testimonios, descubrió cartas y fotos de
Saint-Exupéry que desconocía, y se dio cuenta de cuánto había estado
influenciado el autor por la Patagonia. Es más, en el prólogo dice que
Saint-Exupéry pudo haberse inspirado en la geografía argentina que
miraba desde el cielo para escribir El Principito. Durante la exposición
tuve la oportunidad de darle mi libro. Cuando lo leyó, aparentemente le
gustó porque a los pocos meses me llamó, desde Francia, y me propuso
hacer el prólogo.
P: Ahí tocó el cielo con las manos…
R:
Realmente me sentí muy contento. Cuando volví a leer mi relato para
editarlo me llamó la atención algo en lo que no había reparado antes y
fue que el personaje trata de sorprender al lector con el prejuicio.
¡Qué curioso que yo escribiera esto así!, pensé y quizás era un reflejo
de lo que me ha pasado en mi vida.
P: ¿Cómo piensa que este libro puede llegar a los adolescentes que están alejados de la lectura?
R:
A todos nos atraen las historias. Creo que cuando uno lee el libro de
El regreso del joven príncipe es como que se vuelve “mejor persona”; te
dan ganas de abrazar a alguien, quieres compartir la historia, de leerle
un fragmento a quien quiera escucharte. Quizá llegue por ese lado.
P:
Hoy día, para muchos la amistad ha dejado de ser un valor, o bien ya no
es muy respetada: ¿piensa que hay un camino para volver a hacerla
vigente , así como a otros valores presentes en la historia?
R:
Sí, creo que hay un camino pero es fundamental buscarlo y encontrarlo.
De lo contrario, el progreso no nos va a llevar a ninguna parte. Toda la
revolución tecnológica y comunicacional tiene que estar acompañada por
una revolución espiritual porque sino seguramente nos vamos a comunicar
pero no habrá experiencias que nos enriquezcan. Hoy se busca que las
cosas sean rápidas y somos una sociedad que premia solo el buen
resultado. Pero yo me resisto a eso: sí hay que tratar de tener buenos
resultados pero no de cualquier manera ni a cualquier precio. Creo que
importa la forma como se hacen las cosas, no sólo es importante llegar.
P: ¿Esto habla un poco del concepto que se menciona en el libro: “la única manera de cambiar el mundo es cambiar uno mismo”?
R:
Como concepto no es original mío, sino que surge de la cultura
oriental. Tal vez la mejor forma de cambiar el mundo es cambiar uno
mismo, pero yo me jugué a cambiarla y decir que es la única forma. Si
uno no cambia, no cambia nada. Mientras no haya nada que se modifique
dentro de nosotros, no hay forma de que cambie el mundo. Creo que
venimos al mundo para ser felices —no para sufrir—, y tenemos que lograr
que todos lo sean. Pero esa felicidad debe ser profunda, tiene que
surgir de saber que uno está evolucionando, que está haciendo algo por
el prójimo.